Época: Barroco1
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1700

Antecedente:
Roma triumphans, caput mundi

(C) Antonio Martínez Ripoll



Comentario

De modo progresivo, el centro de gravedad de la ciudad de Roma se fue trasladando desde la plaza Navona a la Colonna para terminar en la plaza de Spagna. Hacia el último cuarto del Seicento, pero en especial durante la primera mitad del siglo XVIII, empezaría a afirmarse una interpretación burguesa del ambiente urbano, que respondía a nuevas exigencias de estructura social y de infraestructura pública, y que superaría en grandilocuencia triunfalista al Seicento. Por eso, quizá, las soluciones barrocas más escenográficas, ilusionistas e intimistas, se darían entonces, durante las primeras décadas del Settecento con el destruido puerto de Ripetta (de A. Specchi, 1703-05), la escalinata de la plaza de Spagna a Trinitá dei Monti (de A. Specchi y F. De Sanctis, 1723-26), la placita de Sant-Ignazio (de F. Raguzzini, 1726-28) y la fuente de Trevi (de N. Salvi, 1732-62).Sin exagerar el valor del plan sixtino, ni tampoco su importancia o su novedad, es evidente que tanto por su complejidad como por su rapidez de ejecución, además de por la amplitud de su implantación, no sólo se erigió en ejemplo de renovación urbanística para las grandes ciudades de Europa, sino que fue determinante respecto a la resolución de los problemas de la arquitectura posterior, y aun del resto de las artes. Y es que el proyecto sixtino está, por su misma envergadura, en la base de las diversas soluciones dadas a partir de entonces, desde las intervenciones de alta profesionalidad de Maderno, pasando por las modélicas actuaciones de Bernini y Borromini, que desde Roma proclaman sus manifiestos del Barroco, y siguiendo por C. Fontana que prepara el advenimiento del barroco clasicista, hasta llegar a la arquitectura de los iluministas y neoclásicos.Pero, además, no puede olvidarse que el proyecto sixtino también actuó como factor desencadenante y potenciador de las empresas decorativas en los mismos ámbitos urbanos y, sobremanera, en iglesias y palacios, construidos o remozados a partir de entonces, aumentando con ello la demanda no sólo de arquitectos e ingenieros, sino también de pintores, escultores, estucadores, grabadores, etc. La movilización que se produjo de artistas y artesanos, en solitario o asociados, bajo la coordinación de un maestro, para afrontar alguna de las obras en marcha, se vio favorecida, además, por la inminencia de la celebración del año jubilar de 1600, que incrementó, hasta límites que sobrepasan la sola fenomenología del fervor religioso, la comisión de obras de enriquecimiento y decoración.Roma se convirtió en un vivaz y variopinto hervidero de personas, en el que concurrieron artistas no exclusivamente italianos, sino también extranjeros. Allí, a caballo de los siglos XVI y XVII, confluyeron todas las tendencias posibles, desde las más retardatarias y vulgarizadoras hasta las más novedosas y experimentales. Sólo en Roma, pues, era posible la renovación artística. Y así fue. Lo curioso es que fue lenta y tardía en la arquitectura y la escultura, mientras que rápida y temprana, sensacional, lo fue en la pintura.